viernes, 25 de noviembre de 2011

amiga

Para mi amiga y hermana en CRISTO, Blanca Silvia Solano, Te dedico estas sencillas pero sinceras palabras:

DIOS  HIZO REALMENTE ALGO ESPECIAL, CUANDO ME BENDIJO CON UNA
AMIGA COMO TU... Eres especial en mi vida,  porque siempre tienes la palabra que necesito , porque tu vida a tocado de una forma especial la mia, y porque como un dia dijiste, somos companeras de camino, y es nuestra amistad bendita de DIOS.   Con admiracion y respeto por como eres, siempre estas en mi corazon,  y tu bienestar es algo escencial para mi.  Oro porque siempre tengas salud, y sean tus terrenos grandemente ensanchados, en el nombre poderoso de JESUS.  Eres una amiga extraordinaria.







Recordar es volver a vivir

Quien no recuerda a su maestra de pre-escolar, digo pre-escolar, porque es ahi donde inicia nuestra aventura en el conocimiento, en el saber,  la maestra de pre-escolar es la que te toma de la mano para dar tus primeros trazos, tus primeras letras, es ahi donde empieza a  dar forma a tus palabras,  tus silabas, los numeros, aaaahhh,  que lindo es recordar, luego vienen otros  niveles, otros retos, pero ahi en el salon donde los colores cobran vida, donde todo es tan divertido, ahi donde aprendes que no todo tu mundo es PAPA Y MAMA,  ahi es donde inicia la amistad, y que si tenemos exito  tendremos los mejores amigos para toda la vida, porque con ellos aprendimos a compartir, a dividir, a sonar, a reir, a extranar,  en un aula de jardin de ninos inicia el sueno del querer ser de grande, te invito en este momento hagas un recuerdo por esos ANIOS MARAVILLOSOS,  donde se escucho tu primera sonrisa, donde se cayo muy posiblemente  tu primer diente. Ahora ahi donde estas , recuerda  que  una maestra llena de amor, abrazo tu corazon cuando llorabas porque pensabas que tu mami se habia ido y te habia olvidado... jajaja   que chistoso y todo eso lo volvemos a vivir cuando tenemos hijos, cuando crecen y cuando  llega el momento de llevarlo  al JARDIN DE NINOS...  pero ahora lo vemos desde otra ventana, desde otro color, desde otro dolor...  porque no se tu, pero a mi  se me partio el corazon de ver a Gerardo a Fhernanda ahi paraditos sin saber a donde ir, o que hacer, viendote que cara ponias, que hacias,  ah, pero  BENDITA maestra de pre-escolar que viene y te dice:  "Todo  estara bien, y se lleva a tu pequen@   con su gafete en el pecho, muy lleno de colores brillantes, y su nombre ahi,  y tu, con nudo en garganta y todo, pero dices, "se ve tan lindo" . Todo pasa, el tiempo sigue su curso inexorable,   Luego viene la primaria , la secundaria, la prepa, el colegio,  y la vida sigue, y tus pasos avanzan, tus hijos crecen, dejan atras la tierna epoca del jardin de ninos, mucho mas pronto de lo que tu te imaginas, mucho mas pronto de lo que tu corazon esta listo para verlos ir a otra ciudad, otro pais, y ves que el tiempo de ver sus alas crecer aqui esta, aqui y ahora,  que debes dejarle ir a cumplir su vida, desarrollar sus suenos, y tu...  tu no lo puedes creer. 
Te comparto esto porque se que estaras feliz de ver lo que la maestra hizo ahi, en esa aula pequena, y lo que logro que tu hijo trazara y escribiera, porque fue ahi donde se dio el primer pincelazo a los suenos de un pequeno que hoy... no solo dibuja, escribe y traza,  ahora tu hijo te hace parte de sus suenos, de sus metas   ....   ahora ven juntos sus primeros dibujos, sus primeras frases, sus primeros regalos de 10 de mayo de tiempo atras, sus trazos han cambiado, sus colores son otros, pero NUNCA  olvidara que ahi, en su escuelita, fue donde  se dio forma a lo que es ahora... (con agradecimiento especial esta nota es para :  Miriam Rodriguez Rizk amiga querida, y gran educadora. Claudia Alejandra Gomez Tellez,)  quien fuera la maestra de mis hijos en el preescolar
( Cecilia Aldaz, maestra de Gerardo ) (Gloria Gamboa Ch. maestra de Fhernanda)  y en especial a la maestra ( Vhelia Terrazas) por su  dedicacion a tan noble labor. FELICIDADES a los  Educadores,y maestros de todos los niveles,siempre.  Y por que no, tambien en navidad,   Bendiciones.

Estas embarazada?

50 razones para sentirte feliz de estar embarazada


La perspectiva de ser mamá seguro que te llena de alegría, pero estar embarazada no siempre es fácil. Quizás las náuseas te tienen amargada o puede que se te retrase el parto 10 días y ya no aguantes más. Para recordarte que el embarazo también puede ser divertido, hemos reunido algunas de las cositas que lo convierten en un periodo mágico.


¿Quieres compartir con otras futuras mamás lo que te encanta de tu embarazo? Ve abajo, a la sección de Comentarios  y añade tu comentario.


Lo que te hará sonreír:


1 Ver la cara que pone tu esposo cuando le muestras la rayita del resultado positivo en la


2 Disfrutar de las primeras semanas, cuando el embarazo es un precioso secreto entre tu pareja y tú.


3 Saber que tienes nueve meses enteros para planear, soñar y fantasear.


4 Escoger ropa de maternidad. Hoy en día es bonita, práctica, ¡e incluso sexy!


5 Tener la excusa perfecta para consentirte: darte largos baños perfumados, disfrutar un masaje especial para embarazadas y ponerte cremas hidratantes en la pancita.


6 Entender y apreciar a tu mamá como nunca antes.
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7 Poder  hablar con otras futuras mamás.


8 Fijarte el objetivo de aumentar de peso, por una vez en la vida.


9 No sentirte culpable de dormir hasta tarde los fines de semana, si es tu primer bebé. Al fin y al cabo te lo mereces... porque luego no podrás hacerlo por muchos años.


10 Ver cómo crecen tus pechos y los vestidos escotados te sientan de maravilla.


11 Y, claro está, comprarte un par de lindos brasieres para lucir el escote con estilo.


12 Hacer nuevas amistades, porque las mujeres embarazadas siempre tienen algo que compartir.


13 Lucir un cabello más brillante y sedoso que nunca.


14 Observar cómo de repente tus familiares y amigos te miran con más ternura, ¡y ni se diga tu pareja!


15 Encontrar personas que te ofrecen su asiento en el metro y el autobús.


16 Ver cómo se les ilumina el rostro a tu mamá, papá, hermanos y amigos cuando les das la buena noticia.


17 Aprender cosas nuevas, desde tejer un minúsculo suetercito hasta cómo compartir fotos por computadora, para que el mundo entero pueda conocer a tu recién nacido.


18 Sentir que tu sensibilidad es más aguda que nunca, que tus lágrimas brotan con más frecuencia y que tu capacidad de amar crece cada día.


19 Decorar la recámara de tu bebé o un rinconcito de tu propio dormitorio.


20 Sentir las primeras pataditas y pasarte una hora echada con la mano en el vientre para ver si las vuelves a notar.


21 Mandar a tu esposo a buscar churros y nopales con guacamole a las 10 de la noche sin sentirte culpable en absoluto.


22 Admirar los vestiditos de tu primera infancia o la medallita del bautismo de tu esposo, que tus papás o tus suegros te entregan emocionados para que las use su nietecita.


23 Salir a pasear con tu pareja para respirar aire fresco, porque es bueno para ti y para el bebé.


24 Disfrutar de los vívidos sueños que suelen tenerse durante el embarazo y reírte de ellos con la amigas.


25 Escoger ropita, zapatitos tan pequeños que parece imposible que le vayan a caber, toallas con capucha en forma de patito y todas las demás preciosidades que usan los recién nacidos.


26 Escribir un diario sobre tu embarazo para que tu hijo lo lea cuando sea mayor.


27 Posar para que te tomen fotos de la pancita y asombrarte, al cabo de unos años, de lo que llegó a crecer.


28 Saber que hay mucha gente dispuesta a ayudarte: doctores, enfermeras, consejeras de lactancia...


29 Estar echada en la cama, en brazos de tu pareja, sabiendo que el amor que se tienen ha creado una nueva vida.


30 Disfrutar cada segundo de las salidas nocturnas, las escapadas improvisadas de fin de semana, y de cualquier otra cosa que no van a poder hacer tan fácilmente una vez tengan al bebé.


31 Saber que a partir de ahora, pase lo que pase, nunca estarás sola.


32 Preparar una linda caja para la colección de recuerdos que vas a guardar para tu hijo: las primeras fotos de las ecografías, el brazalete que le pondrán al nacer, un mechón de su cabello...


33 Pasar horas con tu esposo pensando en qué nombre le pondrán (¡no te olvides de pedir ayuda  si no te puedes decidir!)


34 Imaginarte a quién se parecerá. ¿Tendrá tus hoyuelos y las largas pestañas de tu esposo?


35 Soñar con "mi hija, la astronauta", o "mi hijo, el doctor".


36 ¡Mirar tu vientre en el espejo y darte cuenta de que hay una personita allá adentro!


37 Ver la primera imagen de tu bebé en una ecografía, pedir una copia de la foto y llevarla en la cartera para poderla mirar cien veces cada día.


38 Poner la mano de tu esposo sobre tu vientre y ver su expresión cuando siente moverse al bebé por primera vez.


39 Comprar, por fin, un muñequito de peluche para tu propio bebé, y no para el de otra mamá.


40 Avisar a tu esposo de que ya han empezado las contracciones del parto.


41 Probar todos los ejercicios que aprendiste en las clases de preparación para el parto y darte cuenta de que de verdad funcionan.


42 Recibir el apoyo de tu pareja, tu mamá, o tu amiga íntima, que te están acompañando durante el parto, y saber que puedes fiarte de ellos ciento por ciento.


43 Darte cuenta, a medida que las contracciones se hacen más dolorosas, que puedes gritar todo lo que quieras y nadie se va a escandalizar.


44 Decidir si vas a usar medicamentos para aliviar el dolor y saber que te los darán en la etapa del parto más apropiada.


45 Sentir la inmensa emoción de ver a tu bebé por primera vez y contarle los deditos.


46 Mirar a tu recién nacido a los ojos por primera vez.


47 Ver la emoción de tu esposo cuando su bebito le agarra un dedo por primera vez.


48 Abrir una botella de champagne para celebrar el nacimiento, sea la hora que sea.


49 Llamar a todos tus seres queridos para anunciarles la buena nueva.


50 Despertarte, ver a tu hijito junto a ti y decirte: ¡Pero si es verdad! ¡Ya soy mamá!

Hijo especial, mama especial... (parte 2 )

PARTE  2


Doy fe que hay instantes –segundos apenas— que le cambian a una la vida por completo. Un antes y un después marcado por algo. Para mi fueron cinco palabras que pronunció un pediatra el 13 de agosto de 2006.
Era el amanecer del día más feliz de mi vida. Acababa de tener un bebé y dormí bien, después de tratar de conciliar el sueño, por lo emocionada. Desayunaba, recuerdo, huevos con jamón, en esa charola sobre la cama de hospital, en mi pijama.
Era temprano. Como las 9 de la mañana, o algo así, cuando el doctor Manuel Bordes y Karen entraron al cuarto con cara seria y se sentaron en el sillón que un día antes había estado -y seguiría hoy- pletórico de visitas, de familia entusiasmada por el nacimiento de Alan.
No reparé en sus caras graves. ¿Por qué? No sé, quizá no aceptaba pensar que algo podría estar “mal” pese a que desde un día antes tenía señales para pensarlo así. Como cuando Karen me dijo que no me preocupara por el pequeñísimo parche –aún así mayúsculo- en el diminuto brazo de Alan. Le habían sacado sangre para un estudio, me dijo. E hizo una pausa, ahora lo sé, como para ver si preguntaba algo. ¡Vaya!, hasta me preguntó si tenía alguna duda. No la tuve, no la quise tener.
O como en su tardanza en venir a la habitación y sus prolongados tiempos en el famoso “microondas” y el misterio de porqué perdía temperatura.
Pero ahora ahí estaban y querían hablar conmigo. Y esos segundos, esas cinco palabras, nunca las olvidaré: -Alan tiene síndrome de Down- me dijo Bordes -así lo llaman con cariño todos los padre de sus pacientes-, sin vericuetos, sin preparación previa.
Y a mi me cayó un balde de agua fría que recorrió toda mi columna. Me quedé anestesiada, sin sentir, sin entender, en una suerte de limbo. No sabía qué sentir, qué pensar, qué hacer. Nada. Como si uno fuera parte de una película y la pusieran en pausa. Una pausa con frío, eso así.
Mi mamá lloró. Yo le reclamé que llorara, fue lo primero que me salió. -Y tú, ¿porqué lloras?- le dije, molesta.
No sabía yo que ella había intuido la condición genética de Alan desde que nació, desde que vio aquellos ojos rasgados en los que yo no puse mayor atención. Que esos ojos la habían penetrado tan fuerte que habían provocado, de verlos, una cascada de pensamientos y recuerdos de su toda su vida -y de la mía, de la nuestra- en cuanto los vio. Que desde ese momento pidió a Dios que le diera muchos años para estar cerca de Alan para verlo, para ayudarlo a crecer.
No lo sabía. Yo no sabía nada. Estaba anestesiada.
De lo que sigue recuerdo poco. Pero sí recuerdo la maravillosa actitud de Bordes al preguntarme que si yo sabía qué era eso, el síndrome de Down y me imagino -que no recuerdo- mi negativa con la cabeza y -eso sí- mis primeras palabras:
-Que tendrá un retraso mental.
-No- dijo Bordes. O no tiene que ser así.
Y comenzó a contar de sus pacientes –unos cuantos, algunos ya adolescentes, con SD. Uno era monaguillo, recuerdo bien. Otro tenía un talento excepcional para hacer rompecabezas. Algo así. Todos estudiaban, o estudiaron, eso sí.
No saben cuán importante -y excepcional, ahora sé- escuchar de parte de su pediatra palabras así, con esperanza y ejemplos positivos. Sobre todo en ese momento tan difícil, determinante.
Pero luego el SD era lo de menos:
-Pero lo que nos preocupa más, ahora, es su corazón- dijo.
Y explicó que algo se escuchaba mal y que llevarían a Alan, tan pequeño, tan minúsculo y frágil –51 cm, 2 kg. 950gr- a realizarse una radiografía y después un ecosonograma (como un ultrasonido del corazón) para ver si no había que hacer algo ya, pronto.
Su corazón, pues, podría estar mal. Después supe, que la mitad de las personas que nacen con SD tienen severos defectos cardiacos. Ameritan operaciones, a veces, a las pocas semanas de nacidos. A veces postergadas a meses, hasta que se fortalecen y ganan peso.
También dijo que, bueno, quizá Alan tendría que quedarse mucho más tiempo en el hospital. Para que lo observaran y, por fin develo el misterio del microondas: no tomaba suficiente oxígeno, se ponía morado, por eso las enfermeras se preocupaban y se lo llevaban.
Quizá, en algún tiempo -aventuró- cuando por fin lo llevara a casa, tendría que usar oxigeno. Yo podría ser dada de alta ya pero él… Alan quién sabe.
Yo, anestesiada, como borracha, no recuerdo que dije. Sólo recuerdo lo que pensé: podría morir, tenía que prepararme. Y dado que no sabía que era eso del SD y todos parecían tan asustados y me sonaba como que yo sabia que era algo grave…igual era mejor.
Ahora que lo recuerdo me doy pena a mí misma. Me doy, también, vergüenza. Más cuando solo basta minimizar el texto que escribo, ahora, para ver la imagen de Alan, bello, dormido, con una paz que contagia, con esas pestañas de domingo que ya quisiera cualquiera como protector de pantalla en mi computadora. En todas ellas, que tengo tres.
Me da vergüenza, de recordarlo, ahora, sonriente y riéndose a carcajadas en su columpio. O comiendo huevo por primera vez en su vida como hoy en la noche, haciendo: “mmm”. O jugando con los periódicos, encantado (le gusta la computadora pero llora con las máquinas de escribir de mi colección) que ya leí al suelo (rancia costumbre) y él jugando a mis pies con ellos mientras leo el blog, escribo la columna, checo mis correos electrónicos.
Pero eso sentí, la mera verdad: que igual era mejor que se muriera, para todos. Para él –jaja, pensamiento tramposo, de auto-protección para evitar ser lastimada— para mi, para mi/su familia.
Pero al igual sentí algo: la certeza de que no podía escapar de la realidad. Que esto era como cuando las veces que me revolcó una ola –o varias— cuando niña. Cuando yo, bien confiada me lanzaba al mar-vida sin medir fuerzas y acababa, después de muchas marometas involuntarias, tragando agua y arena, sofocada, en la playa… pero viva.
Tenía que decirlo, pues, no serviría de nada guardármelo como un secreto. Además, tenía que escucharme a mí misma decirlo, para saber que no era una pesadilla, que era una realidad: Alan tiene síndrome de Down.
Recuerdo que tras la visita de los doctores hubo silencio. Mucho silencio. Mi madre lloraba. Yo ya no tenía hambre y aparté el desayuno que hasta hace unos momentos comía con gusto.
Mi siguiente recuerdo es la llegada de mi papá y Bertha. Ellos estaban con ojos como estrellas cuando yo se las rompí, necesitaba decirlo, escucharlo, escuchármelo: -Alan tiene síndrome de Down— dije, sin saber a ciencia cierta que quería decir eso, que representaba, sin ni siquiera saber que se provocaba por un cromosoma de más en sus células. Sin saber qué nos esperaba en el futuro porque, aunque sé ahora que es algo común, jamás pasó por mi mente que no estuviera conmigo, que no lo quisiera… sólo que sí, aunque no lo aceptara en ese momento, me daba mucho, muchísimo, miedo.
Quizá es por eso que en el primer momento de anunciarlo no me atreví a verle la cara a mi papá. O porque Bertha siempre me ha caído bien y me da mucha confianza. Pero recuerdo ver la instantánea reacción en su mirada, algo que ahora sé que es común cuando alguien, sin saberlo le das la noticia de que tienes un hijo diferente: es una mirada de sorpresa, por milisegundos; de tristeza, también; de piedad, por ti. Como una pequeña cortina que cae y a la que, ahora me he acostumbrado… Algunos, después de esta trasformación te miran con cariño, como Bertha. Otros, con pena. Es una ligera diferencia, pero bien importante.
Fueron muchas las visitas del domingo, también. Pero no las recuerdo del todo. Y a todas les dije, queriéndome escuchar a mí misma decir para ver si al enunciarlo se exorcizaba, o si se alejaba… o vayan ustedes a saber: -Alan tiene síndrome de Down— le dije a Mayté, amiga entrañable desde la prepa y la primera persona en saber que estaba embarazada; a Luis, su esposo, en un solo aliento. Un solo aliento para decirlo, ya, y seguir y quitarle importancia.
-Pero lo que ahora preocupa más es su corazón: le van a sacar una radiografía, primero y luego un ecosonograma para ver si…. Etcétera, etcétera.
Y así todo el día. Lo que si recuerdo es cuando me llamaban a amamantarlo, o intentarlo…
Fue una decisión mía. Si para algo me había preparado era para la lactancia, por mi excelente curso psicoprofiláctico. Estaba convencida: la leche materna era lo mejor y quería hacerlo.. Tenía pensado cómo haría el banco de leche para cuando tuviera que salir a trabajar, etc. etc.
Por ahora sonaba el teléfono. Que fuera. Yo caminaba pasando el cunero y viendo a los bebitos en sus mini cunas. Luego un timbre y una puerta. Unos cubículos, separados por cortinas donde había un cómodo sillón azul, un tupper chiquito con el número del cuarto con algodones húmedos. Una llegaba ahí y se sentaba a esperar que una enfermera, trajera, como taco, a su bebé.
Alan siempre estaba adormilado… o bien dormido, pues. No tenía mucho interés en succionar y yo lloraba. Lloraba, quizá porque era el único momento que me daba para hacerlo, con él frente a mí, mientras le hablaba, lo trataba de despertar. Hacía los malabares de toda madre primeriza que jamás ha dado pecho.
Pero eso sí, con gusto digo que nunca las enfermeras me miraron con pena.
Recuerdo especialmente a una de ellas, quizá jefa, que al verme apartó la cortina con fuerza y, luego de estar un rato con nosotros, instruyó a las demás que me llamaran antes de que le dieran de comer, cuando estuviera bien despierto. Y que me aleccionó en la posición de los brazos, y de las manos y la cercanía del bebé al pezón… Y que dijo:
-Mira qué chupetes da— con verdadera emoción. Y sí, pese a que Alan era lánguido todo él y sus manitas estaban abiertas cuando las de todo bebé están apretadísimas, me dio mucho ánimo… y yo regresé a mi cuarto animada, diciéndole a mi hermana que esa noche se quedo a dormir, todo estaría bien, sin realmente sentirlo, con ganas de convencerme a mí misma. Y dormí… al menos mientras, pocas horas después, me volvieron a llamar. Y así hasta que amaneció.
Era lunes ya. Y no sabía que pasaría ese día. En la mañana me llamaron del registro interno para pedirme los datos de mi bebe, dirección y demás.
Cuando di mis apellidos y los de él, los mismos, la señora del otro lado del teléfono me regañó: no, no eran así, eran al revés, en todo caso.
No, la regañé a mi vez: soy madre soltera.
El se apellida como yo. Igualito.
Mi papá llegó temprano el lunes para ayudar en lo que fuera con cara de desvelado. Mi hermana, entonces, aprovechó para salir a tomar algo, fumarse un cigarro, a darse chance de llorar, qué se yo. Y entonces pasó algo inusitado que siempre recordaré con mucho cariño: de la nada, de estar dando vueltas por el cuarto, mi papá se acercó a mi, me abrazó.
-Muchachita linda.. No te mereces esto— dijo, sollozando. ¡Sollozando!
Me sentí abrumada por la emoción. A todo esto, comparto que no recuerdo ver a mi padre llorando alguna vez en la vida. Me quería derretir, dejarme caer. Decir que sí, que no era justo esto, que no se valía, que ayyy,,, que dolor ... pero en lugar de llorar, que vaya que tenía ganas, todo me abrumó y permanecí, casi impávida a su abrazo, a sus lágrimas, mientras murmuré algo que no recuerdo.
El momento pasó y los dos fingimos que no había sucedido, supongo. Somos buenos para eso, los dos.
Pero es algo que nunca, nunca, nunca jamás (soy reiterativa y qué) olvidaré. También por el agradecimiento y amor recíproco que sentí hacia mi padre en ese momento.
Y luego fue la vorágine: Karen se apareció. Todo, milagro, estaba bien con el corazón de Alan… al menos ahorita. Sólo un soplo. Nada grave, aunque tendrían que hacer otros estudios. Y además, de sopetón, sus niveles de oxigenación estaban bien. No sólo me iba yo a casa. Nos íbamos los dos, sin oxígeno, ni nada… ¡nada!
Y todos corrimos, no se porqué. Quizá solo de la emoción o para no estar tan quietos y darnos chance de sentir demasiado. Había que cancelar la cuenta del hospital. Había que preguntar qué iba a comer si no tomaba bien pecho, con que lo íbamos a bañar (algo que quien sabe porque era mi pregunta reiterada desde antes de que naciera, algo muy chistoso… o psicológico), dar instrucciones de que le pusieran el mameluco amarillo que mi mamá insistió que se pusiera porque era de buena suerte y demás… Alan se iba a casa donde todo estaba listo desde hace meses para recibirlo, como todo bebé… ¿o no?

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                      *☆¸.•´¯)¸.☆ SIEMPRE HABRÁ UN ÁNGEL A TU LADO ... ¸*☆•´´¯)*
                   (¯`*•.¸)* ☆ * Y UNA ESTRELLA BRILLANDO PARA TI* ☆ * (¸.•*´¯)¸¸ .☆
                             *¸.☆ (¸.•☆*´¯) BÚSCALA EN EL FIRMAMENTO *¸.☆˚¯`•.¸¸.☆*
                                  *¸.☆˚¯`•.¸¸.☆ * DE TU CORAZÓN *¸.☆˚¯`•.¸¸.☆*

 Con todo el amor, dedico esta carta a todas las madres.  Todas tenemos hijos especiales, y todas somos mamas especiales.   Gracias a DIOS por el milagro de la maternidad cumplida en nosotras amiga.

Hijo especial, mama especial... (parte 1 )

Como muchos ya saben (y si no es así les informo) ya soy una feliz mamá.
Alan , mi amado hijo  nació el 12 de agosto del año en curso (como luego dicen) en el Hospital Español a las 12:20 horas bajo el signo de Leo, ascendente en Libra (como su desvelada madre), y luna en Aries (todos datos cortesía de su abuela astróloga).
Alan llegó con un regalo adicional: un cromosoma de más en el par 21 que hacen que tenga lo que comúnmente se llama “síndrome de Down". Lo pongo entre comillas por varias razones. La primera de ellas porque aunque sí configuran una serie de rasgos –tanto físicos como de riesgo, no necesariamente realidad, de salud—no creo en las etiquetas. Mucho menos ahora después de todo lo que he leído al respecto. Me he enfrentado con mis propias ideas preconcebidas al respecto que he descubierto son, en gran parte, fruto de la desinformación. ¿Cómo qué? Bueno, ideas como que tendrá a fuerzas un severo retraso mental, como que nunca podría ser independiente, como que no podría leer y escribir y tantas, tantísimas cosas.
Nada de lo que acabo de mencionar es necesariamente cierto. En la última década se han descubierto muchas cosas sobre estos niños sin duda muy especiales que rompen los esquemas que tenemos o que tenía yo, pues. Los niños Down sólo necesitan mucha más atención y muchísimo amor para ayudarlos a desarrollarse, a despertar su curiosidad e invitarlos a que aprendan lo que ellos quieran aprender, no necesariamente lo que nosotros queramos. ¿Qué será capaz de hacer? No lo sé aún. Como no lo sabe cualquier madre de un niño “normal”. Demasiadas cosas dependen para lograr su óptimo desarrollo. Como un ambiente en el que se sienta amado, que lo tiene; oportunidades para darle tratamiento especial durante muchos años, que quiero y puedo darle. No sólo yo, sino toda una familia que lo esperó y lo recibe con todo el amor del planeta.
Él está maravillosamente bien. Pese a que nació de manera prematura (o anticipada) pesó 2 kilos 950 gramos y midió 51 centímetros. Nació con un pequeñísimo soplo en el corazón que cerró de manera natural. Fuera de eso, hasta ahora, es un niño que hace bien su “trabajo de bebé”, como dijo yo: llora con muchas ganas, come muy bien, duerme con una placidez envidiable y le gusta su diario baño (siempre y cuando su madre, que a veces se ataranta, no se lo ponga demasiado caliente), hace sus terapias tres veces al día –como dos horas de ejercicio físico en total y ríe, hasta a carcajadas, con mucha facilidad.
No mentiré: sí fue un shock cuando me lo dijeron. Ningún estudio que me hicieron durante el embarazo apuntó a que Alan vendría con un reto adicional a la mayoría de los niños. La verdad es que nunca, siquiera, pensé que algo así me podría pasar.
Lo primero que me dolió fue mi ego, la verdad. Cómo yo iba a tener un niño “defectuoso” y cosas que ahora me parecen absurdas pero que sentí. Lloré mucho, por supuesto y no dudo que a lo largo de estos años por venir haya muchos otros momentos difíciles. Como me comentó en los primeros días una amiga entrañable, Ceci Loría: sentí lo mismo que una mamá de un niño Down dijo en un video que ella realizó en su gestión en Indesol: fue, al principio, llorar la muerte de un hijo que no era y nunca fue pero que soñé (duelo al fin) y enamorarme de el que tengo, del que ya está aquí y dulcemente dormido en mis brazos.
Creo que todos somos en gran parte, en determinante parte, producto de aquellos que han creído en nosotros. De lo que nos han dicho que somos capaces de hacer. Por lo menos eso lo creo con respecto a mí: sin la disciplina y el cariño de mi madre y también de mi padre, de los ánimos de mi hermana, de su confianza en mi y de toda mi familia en general, sin la confianza y cariño que en mi han depositado muchos amigos (más de los que creía tener, ahora lo sé), de los maravillosos jefes que he tenido en mi vida, mis fuentes, mis lectores que me retan siempre simplemente no sería lo que soy hoy.
Así pues, yo creo en Alan. En que hará lo que quiera hacer, así de fácil. Igual nos tomará un poco o un mucho más de tiempo, pero estoy dispuesta a dar, junto a él, esa y muchas guerras. Yo no lo limito, ni lo veo diferente: él es él y punto. Es diferente a los demás niños, pero también no hay niño que se parezca a otro ni ninguno que llegue exento de alguna problemática. El tiene “síndrome de Down”, bueno, también podría tener los pies chuecos, qué se yo. Lo único que me resta es poner mi corazón en amarlo y dedicarme con ahínco en la tarea de ayudarlo a desarrollarse.
Sin duda que aprenderé muchas cosas de Alan. Aprenderé sobre paciencia y disciplina; aprenderé a sortear, enfrentar y trabajar por parte de la sociedad que aún malmira a los niños y a las personas con algún tipo de discapacidad. Me toca, además, por ser periodista, comunicar lo que sé. Ya encontraré cómo y en dónde.
Aprenderé cosas que ni siquiera sé que voy a aprender. Él será, ya es, mi maestro.
Han pasado los días y conforme pasa el tiempo y lo miro y reflexiono me doy cuenta de muchas cosas.
Primero que siento una paz que no creía que existiera. Que dentro de mí existe una confianza, alegría y optimismo que también se desborda. Tengo la absoluta certeza de que todo pasa por algo aunque quizá en su momento no sepamos por qué. Que todo lo que nos pasa en la vida es para que algo aprendamos, quizá para otra vida… Y que aunque somos seres muy frágiles que estamos expuestos a todo y que en muy poco decidimos, sí podemos escoger algo importante: cómo tomar las cosas. Aunque haya momentos difíciles siempre podemos optar por la alegría o la pesadez, por ejemplo.
Yo tomo la llegada de Alan a mi vida (a sus vidas, también, si así lo quieren ustedes) con una gran alegría y también como una enorme bendición.
Por lo pronto cuento con una gran aliada. Una mujer excepcional que eso y más ha sido a lo largo de toda mi vida: mi madre, Gloria. Le agradezco con todo el corazón su amor y entusiasmo de abuela y de maestra en esta aventura reloaded llamada Alan.
Ella, que sólo venía a quedarse con Alan y conmigo dos meses de su vida, ha decidido cambiar de coordenadas. Se viene de Puebla de los Ángeles a vivir a México para participar activamente en su crecimiento. No sólo eso, sino que, como maestra que es, ya está estudiando ella también, junto con una amiga, Barbara Hojel, en elaborar materiales o algún libro destinado a padres de niños con Down para que sepan mejor cómo estimularlos y ayudarlos a desarrollarse. Eso me permitirá a mi seguir teniendo tiempo para dedicarme al trabajo que amo y que ahora, como la madre de  cualquier otro niño o más, haré con mas entusiasmo que nunca. Por él y por mí.
Muy al principio de que nació Alan, un par de amigas me preguntaron qué debían de decir cuándo les preguntaran por Alan. Les comento lo que les contesté: que dijeran con toda naturalidad lo que es: que es un niño diferente, que estoy dispuesta a trabajar mucho con él, que estoy contenta y que los dos estamos bien, muy bien.
Es nada más que la verdad. Soy una orgullosísima madre soltera por elección con un niño que, además nació con un regalo llamado “síndrome de Down”. Y qué.
También les dije que si alguien les comentaba cosas como “Pobre Katia” o “Pobrecito niño”, les dijeran que no. Eso, creo es lo peor que podría inspirar: una suerte de lástima. Espero que nadie que lea esto sienta lo mismo. Y si es así, pues los invito a que lo vean diferente: como la invitación que recibí a una vida con mayores retos y ya. No me siento “pobre” en lo más mínimo.
Mi madre, cuando le comenté esto tuvo una frase muy chistosa: “¡Pobres las lagartijas!”, dijo casi con indignación y una mueca muy chistosa. Me hizo gracia y pues sí, pobres lagartijas… aunque bien a bien no sé porqué. Ellas tan felices que están al sol. Quizá las estamos discriminando, ¿verdad?
Les mando a todos un beso.

Ten esperanza... confia.

No importa cual sea tu condición, Hoy DIOS te dice: ¡Hay esperanza!
“Porque si el árbol fuere cortado, aun queda en el esperanza: Retoñara aun y sus renuevos no faltaran”
                                                                   ~ Job ~

No a la violencia

Hoy es 25 de Noviembre, es el dia de  LA NO VIOLENCIA contra la mujer,  debemos ser firmes, unidas, y pacientes, no desanimarnos, JUNTAS lograremos que nuestra voz se escuche...  Eduquemos a nuestros hijos con amplio criterio, decir TE AMO , TE RESPETO, TE VALORO,  ERES UNA GRAN MUJER... no es sinonimo de debilidad, o mucho  menos de poca hombria, es de GRANDES mostrar  amor, admiracion  a una mujer, a la companera de vida, a la madre, a la hermana, a la MUJER.  Ser hombre es mas que un punetazo estrellado en el rostro, o cuerpo de una MUJER,  Por favor, paremos esto, gritemos todas a una sola VOZ :